De
repente, los grandes bancos en Manhattan se llenaron de gente que habla de
fractales, algoritmos y formas modulares. En los 90, Wall Street alentó a
físicos y matemáticos a que pegaran el salto de la academia al
mundo de los negocios. La sofisticación de los mercados hizo
aumentar la demanda por estudiantes y profesores de las ciencias duras,
acostumbrados a "modelizar" (trasladar a lenguage matemático) fenómenos de
la realidad. Muchos creen que el futuro de las finanzas se está
jugando en las mentes de magos de los números como Bill Sharpe, un
profesor de Stanford, que impulsa la "economía financiera nuclear". Así
como la física nuclear entiende al mundo a partir de las partículas
más pequeñas de la materia, Sharpe cree que analizando componentes
diminutos de los instrumentos financieros se pueden encontrar
respuestas a los enigmas más oscuros del mercado.
Recientemente, un
grupo de físicos proclamó haber anticipado las turbulencias
financieras del 97, en base a una aproximación periódica logarítmica. Pero
la imagen de los físicos y matemáticos en Wall Street tiene una
mancha enorme. Fue generada por el derrumbe, en 1998, del fondo
Long Term Capital Partners Management, una empresa superintensiva
en el uso de las matemáticas para sus operaciones.